En otras oportunidades, me he referido al Nobel en Economía como el “NOBELiberalismo” (Puello-Socarrás 2009a: https://bit.ly/1fU1iCH y 2012: https://bit.ly/1yr9Mv9) para registrar el hecho que durante las últimas décadas este galardón se otorga estrictamente a los operadores intelectuales de la ideología y el pensamiento neoliberales sean éstos economistas, matemáticos o ¡físicos!; incluso, tal y como sucedió en 2009, excepcionalmente “cientistas políticos” como es el caso de la hayekiana Elinor Ostrom. Tal vez el keynesiano usamericano Paul Krugman (quien lo obtuvo en 2008) sea el único Nobel no-neoliberal en lo que va corrido del siglo XXI (Nota al Lector: por favor no piense que nos hemos olvidado de personajes como Amartya Sen o Joseph Stigliz. ¡De ninguna manera! Corroboramos: Krugman es el único Nobel no-neoliberal del nuevo milenio; en todo caso, un Nobel que no alcanza a representar una alternativa crítica y de fondo al statu quo).
El NOBELiberalismo 2014 sigue ratificando la tendencia hegemónica seguida con motivo de la profundización de la crisis ideológica (y epistémica, por supuesto) del capitalismo tardío en general y del neoliberalismo contemporáneo en particular a lo largo de esta Crisis en mayúscula, especialmente desde el período 2007/2008: el relativo abandono de las ideas neoliberales consideradas “ortodoxas” (el llamado “fundamentalismo de mercado” que alaba a limine su salvaje omnipotencia) y su relevo por otras ideas (tan y más) neoliberales pero de signo “heterodoxo” y que continúan considerando al mercado esencialmente fundamental. Este giro al interior del neoliberalismo, desde la ortodoxia hacia la heterodoxia, ha consolidado entonces el tránsito ideológico en torno a posturas que tan solo en apariencia son – por decirlo de alguna manera – menos cavernícolas que en el pasado, todo con el fin de reivindicar en esta coyuntura la omnisciencia y omnipresencia de los poderes del mercado pero de la mano (visible) de ciertas dosis de presencia estatal gubernamental (https://bit.ly/1yoWXTj). Es por ello que desde el más reciente colapso financiero global y, sobre todo, con el agravamiento de la mal-llamada Gran Recesión, la palabra más recurrida, por ser la clave crucial de la recomposición hegemónica del y en el neoliberalismo actual, es: regulación. No es casual que el Nobel en Economía intente una vez más reforzar el escenario ideológico inherente a la crisis sistémica bajo la pretensión de “re-conocer” la “imperfección” de los mercados (¡a regañadientes! Recordemos que uno de los ganadores del año pasado: 2013, fue el tristemente famoso Eugene F. Fama, un fiel quijote de la autorregulación de los mercados). No obstante, la relativa novedad que representa el laurel en manos de Jean Tirole se explica primordialmente por el lado de la “regulación”.
El Consenso de la “Regulación”. ¡Ni intervencionismo (keynesiano) ni planificación (socialista): más neoliberalismo!
Desde la caída de Wall Street y en medio de la crisis global de las finanzas y la deuda públicas y privadas, ningún representante de las clases dominantes mundiales, de Obama a Benedicto XVI (y recientemente Francisco: https://bit.ly/1tlyngv), de la Casa Blanca al Vaticano, ha evitado hacer algún tipo de declaración en la que no se “critique” el libertinaje de los mercados, el capitalismo de amigos y de casino, o el anarco-capitalismo; no obstante, bajo esta operación retórica no se ha abandonado la convicción neoliberal de la libertad de los mercados, una cuestión distinta.
Justamente, en este espectro, un defensor a limine (compatriota bastante cercano a Tirole) de la ideología neoliberal, Nicolás Sarközy – siendo presidente de la república – proponía en 2008: “la idea del mercado omnipotente sin reglas ni intervención política es descabellada. La autorregulación se acabó. El laissez-faire se acabó. La omnipotencia del mercado que siempre tiene la razón, se acabó”. El premier francés convocaba la construcción de un “capitalismo regulado… de una manera tal que permita a las ideas de Europa florecer” (Financial Times, 25/9/2008). Otro compatriota de Tirole, el tristemente célebre Dominique Strauss-Kahn, ex director del Fondo Monetario Internacional, entidad identificada históricamente con el neoliberalismo ortodoxo reconocía ese mismo año: “Es gracias a que no hubo regulaciones o controles, o no hubo suficientes regulaciones o controles que esta situación afloró. Tenemos que… regular, con gran precisión, las instituciones financieras y los mercados” (Financial Times, 28/9/2008). Luego, en 2011, en una conferencia dictada en la Universidad George Washington (¡el lugar de enunciación escogido!), Strauss-Kahn proponía algo que podría ser considerado una blasfemia para el sentido común neoliberal de un par de década atrás: “el Consenso de Washington es ahora historia”. Antes de abandonar el auditorio sentenciaba que el péndulo en las nuevas políticas económicas giraría “del mercado hacia el Estado”. Otros ejemplos en este mismo sentido abundan (cfr. Puello-Socarrás 2009b: https://bit.ly/1ljpAXV).
Los llamados a “la regulación” (pública estatal/gubernamental), sin embargo, se han confundido ingenuamente (en varios casos, se han intentado manipular deliberadamente), para sugerir una imaginaria revolución paradigmática en los referentes de la economía política actual y verificar así una inminente restauración del keynesianismo, anunciando en forma casi apocalíptica el final de los finales de la hegemonía neoliberal. Estas efervescencias, a su vez, se han pretendido justificar (sin pruebas ni indicios) en varias latitudes bajo la tesis del “retorno del Estado”, la cual es interpretada apresurada y acríticamente. Como en otras oportunidades hemos señalado: la regulación pública estatal resulta plenamente compatible y consistente con el neoliberalismo (de hecho, yendo más allá, suele olvidarse – y ocultarse – que ¡el capitalismo nunca ha funcionado sin el Estado (-nación)!). En el marco de la discusión teórica e ideológica aquí planteada, la regulación se encuentra asociada particularmente a las perspectivas heterodoxas en el neoliberalismo. En el caso de las corrientes austriacas, por citar un ejemplo: F.A. von Hayek en el Camino de Servidumbre anotaba: “Es importante no confundir la oposición contra la planificación… con una dogmática actitud de laissez faire”, y ante lo cual convocaba la construcción de un “sistema de regulaciones” que protegiese el funcionamiento del régimen de la libre competencia. Pero seguramente serán las escuelas alemanas: Ordoliberalismo y Escuela Social de Mercado, quienes elaboren el problema de la regulación estatal como una cuestión central para el funcionamiento del mercado:
Dentro de la compleja y variada ideología y prácticas neoliberales, las versiones consideradas ortodoxas y pro-leséferistas, como por ejemplo el “fundamentalismo de mercado” á la Friedman (hoy desprestigiado, incluso al interior de los propios círculos neoliberales) nunca han dejado todo en las manos (invisibles) del mercado. El monetarismo – recordemos – propone que la autoridad pública debe limitarse hacer “lo justo/lo correcto” para que la economía de mercado funcione libremente. El postulado neoliberal de la desregulación, en todo caso, debe interpretarse como un tipo de regulación inactiva, sin intensidad y limitada si se la comparada con otro tipo de regulación mucho más activa y con (algo de) intensidad, variante que no sólo resultaría aceptable sino que es necesaria para el neoliberalismo en tanto garantiza en estos tiempos la preeminencia del mercado como el dispositivo de producción y reproducción sociales. Sin embargo – entiéndase bien -, la regulación difiere abiertamente y se diferencia tanto de la inacción “desregulativa” (ortodoxa) como de la “acción” propias del intervencionismo estatal á la Keynes y, desde luego, de la planificación centralizada socialista; se trata de una “no-acción”, oportunista e intermitente, única y exclusivamente a favor del mercado.
Esto es lo que representa Jean Tirole, un neoliberalismo regulativo (al decir de Susan Watkins), el tipo de renovación del neoliberalismo de época:
Para que la competencia florezca entonces “es fundamental que existan reglas de juego claras y reguladores independientes y fuertes” (“Sin un regulador fuerte, no hay liberalización eficaz”: J. Tirole, El País, 25/12/2005). En estas perspectivas se subraya que la regulación no pretende ni podría ser permanente. Solo se justifica momentáneamente y en el caso que los mercados no funcionen “correctamente”.
Hay que insistir que este giro desde la ortodoxia hacia la heterodoxia en el neoliberalismo (aunque sensu stricto Tirole conservaría un equilibrio estrecho entre ambas tradiciones: https://bit.ly/1wh5vfH) no significa ni mucho menos el debilitamiento de la hegemonía actual. Al contrario. Como lo hemos analizado antes, este tránsito herético confirma rehabilitar sus núcleos originales, animando la restauración en profundidad del credo neoliberal como respuesta a la crisis actual (en el sentido ideológico y epistémico, sobre todo) y en donde la continuidad del capitalismo neoliberal está fuera de toda discusión (https://bit.ly/1oIywMk).
No resulta entonces ocioso registrar que es precisamente Alexander Rüstow, un neoliberal alemán, y quien además acuñó tempranamente el término neoliberalismo en la década de 1930s – haya sido el primero también en sintetizar los principios orientadores generales más abstractos de este proyecto político económico de clase alrededor de la fórmula: Freie Wirtschaft, starker Staat (“Economía libre, Estado fuerte”). Si bien, el inicio de la hegemonía neoliberal a nivel global in vivo puede ubicarse desde la década de 1970s, más puntualmente, alrededor de los 1970s con el inicio del terrorismo de Estado y las dictaduras cívico-militares en Suramérica (en Brasil, Bolivia, Paraguay pero especialmente desde los sucesos de Chile y, luego, Argentina y Uruguay) encabezados en el plano económico por los postulados de la ortodoxia convencional, hay que hacer memoria que el primer experimento neoliberal real e históricamente concreto fue llevado a cabo en Alemania Federal de post-guerra de la mano (visible) del neoliberalismo teutón (quienes, al lado de los austriacos, son considerados a la postre corrientes neoliberales “heterodoxas” respecto al mainstream anglo-usamericano). En su abrumadora mayoría, el contingente alemán encargado de la reconstrucción germánica estaba constituido por los miembros de primera línea de la Sociedad Mont-Pérelin, foro ab origine del neoliberalismo y que desde finales de la década de 1940s es la plataforma ideológico-política crucial para el lanzamiento de este proyecto a nivel planetario.
Finalmente, no hay que dejar de observar que este nobel en economía en manos de Tirole resulta ser un triple homenaje para el neoliberalismo de hoy en sus versiones de: a) capitalismo financiero (cfr. “The theory of Corporate Finance”, 2006); b) neoliberalismo académico (al respecto sugiero no dejar de consultar la excelente nota sobre los desempeños “académicos” de Tirole realizada por Laurent Maudit: “Jean Tirole, prix Nobel des ‘imposteurs de l’economie’”, Mediapart, 13/10/2014) pero, sobre todo y más importante aún, c) la legitimación del pensamiento fondomonetarista de estos tiempos. Más allá de los giros retóricos que se han pretendido por parte del FMI durante los últimos años (recordemos la frase de Strauss-Kahn, por ejemplo) y los supuestos nuevos enfoques en materia de políticas macroeconómicas que promociona el Fondo en una especie de mea culpa (insincero, en todo caso) respecto al pasado (Puello-Socarrás 2010: https://bit.ly/1yoWXTj), el fondomonetarismo neoliberal no sólo intenta sincronizarse con el movimiento hegemónico actual sino que continúa siendo la punta de lanza del neoliberalismo en general, más ahora durante esta etapa de crisis y profundización renovada. No debe sorprender el hecho que uno de los encargados de gestionar este trance al interior del FMI, el francés Oliver Blanchard – últimamente junto con otro “neoliberal crítico del neoliberalismo”, el nobel Joseph Stiglitz – haya recurrido a las contribuciones excepcionales de J. Tirole y su trabajo para hacer frente a esta tarea.