Nos limitamos aquí esbozarla a través de dos dimensiones cruciales: 1) el componente colonial in vitro del pensamiento político-ideológico neoliberal; y 2) el neoliberalismo neo-colonial in vivo y los resultados concretos que podrían sugerir hacia adelante una hipotética tercera reedición de la servidumbre.
Desde un principio, la impronta ideológica colonial del neoliberalismo ya puede rastrearse desde las reflexiones inaugurales suscitadas en la Sociedad Mont-Pelèrin, foro neoliberal que evoluciona en paralelo al período de “descolonización” de postguerras del siglo XX, especialmente en África, y la tesis del desarrollo colonial sostenida por los propios países colonizadores europeos las cuales permiten comprender de qué manera se construyó este núcleo al interior del neoliberalismo, ante todo, presentándolo como su opuesto: un horizonte “liberador” e “independentista”, incluso, “emancipador”; y, simultáneamente, proponiéndolo como una fatalidad dentro del proceso de modernización en el marco de los valores de la modernidad capitalista. No sin razón, el supuesto triunfo definitivo del Capitalismo en el siglo pasado y tras el derrumbe de los llamados Socialismos reales promovieron la idea según el sistema capitalista – en su variante neoliberal – sería la fase superior (última históricamente) de la evolución-civilización humanas; el último hombre de Francis Fukuyama [2].
Pero más allá de la mera reflexión filosófica sobre este asunto, el “subdesarrollo” y, en consecuencia la misma noción de “desarrollo” – ambos eufemismos que actualizan en positivo y en negativo la idea-fuerza más sustancial del Capitalismo histórico: el Progreso -, proceden y emergen unívocamente dentro y desde los márgenes del neoliberalismo naciente. Aun cuando existe al día de hoy una larga tradición crítica que ha develado el carácter colonialista de la idea del Desarrollo (Sachs 1992; Escobar 1998), sigue sin enfatizarse que el desarrollo y el sub-desarrollo son conceptos eminentemente neoliberales.
A partir de lo que ha documentado recientemente – y como pocos – Plehwe (2009), podemos establecer que el Desarrollo como discurso dominante neoliberal-colonial ha sido generado ideológicamente, por una parte, desde un punto de vista de: a) proyecto (político) estratégico en la forma de paradigma general y específico para la reproducción global en el capitalismo tardío; por otra parte, en tanto: b) trayectorias (de políticas) tácticas.
En este primer caso (a), a partir del mismo momento de la invención de la dicotomía Desarrollo/Sub-desarrollo con la enunciación de la Doctrina Truman (20 de enero de 1949): los países más desarrollados debían mostrar la vía hacia el Progreso y prestarle “ayuda” a los menos desarrollados (sub y/o en desarrollo) para que éstos últimos abandonen tal condición.
Habría que registrar aquí un antecedente primordial: si bien el primero en emplear la palabra “desarrollo” no fue el presidente usamericano Harry Truman (sino Wilfred Benson, miembro del secretariado de la Oficina Internacional del Trabajo, cuando en 1942 intentaba referirse al “Progreso económico de las áreas subdesarrolladas”), según documenta rigurosamente Esteva (1996:54), la designación “sólo adquirió relevancia cuando Truman la presentó como emblema de su propia política. En este contexto, adquirió una virulencia colonizadora insospechada”. Pero, posterior a Benson, la expresión áreas económicamente atrasadas fue difunda e introducida teórica y técnicamente por Paul Rosenstein-Rodan (también por Arthur Lewis) hacia 1943-1944 –vale decir, media década antes de las publicaciones seminales de Raúl Prebisch: El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas y Crecimiento, desequilibrio y disparidades: interpretación del proceso de desarrollo económico, las cuales datan de 1949 y 1950 respectivamente -. Como lo reseñábamos anteriormente, Rosenstein-Rodan fue un economista vinculado con la tercera y cuarta generaciones de la Escuela de Viena y habitué del Privatseminar organizado por Mises durante las décadas de 1920s-1930s, una iniciativa que, en paralelo con los encuentros realizados en la Fundación Rockefeller, el Geistkreis (“Círculo de la Mente”, fundado por Hayek), Nationalökonomische Gesellschaft (la Asociación de Economía Austríaca) y Osterreichische Institut für konjunkturforschung (el Instituto Austriaco de Investigación Económica, fundado por Mises y Hayek), “era sin lugar a dudas la arena de entrenamiento más importante de la Escuela Austriaca” (Shulak y Unterköfler, 2011:106). Considerado uno de los pioneros en la teoría económica del desarrollo económico, sin embargo, se interpreta –apresurada y convencionalmente, tal como ha sucedido con el pensamiento neoliberal en general- que las posiciones de Rosenstein-Rodan riñen con el neoliberalismo debido a que el modelo del “Gran Impulso” (big push model) propuesto por él suponía cierta “planeación desarrollista”: un extendido programa de industrialización a partir de ingentes inversiones públicas que, en el caso de los países subdesarrollados, debían ser encargadas al Estado.
Sin embargo, hay que insistir –a partir de Byres (2006: 227)-, como lo hemos explicado respecto a los “disensos” al interior de la tópica neoliberal, que si bien Rosenstein-Rodan efectivamente tomaba distancia de algunas perspectivas provenientes desde la ortodoxia neoclásica, sus posicionamientos se contraponen -casi en exclusiva- a las posturas neoliberales angloamericanas, más puntualmente a las expuestas por A. Marshall, las cuales, a la luz de Lewis y Rosenstein-Rodan, resultaban irrelevantes “para el análisis de las economías subdesarrolladas” y, por lo tanto, “la intervención por parte del Estado era esencial”. No obstante, ni Lewis ni tampoco Rosenstein-Rodan “eran despectivos con la teoría económica neoclásica [Nota: Byres estaría refiriéndose, en nuestra hermenéutica, a las corrientes dominantes ortodoxas] en un sentido general o último. Volverían a ella tan pronto el desarrollo estuviera asegurado” (Byres 2006: 227).
El tema del desarrollo pero sobre todo el subdesarrollo en adelante fueron objeto de reflexiones permanentes en las agendas neoliberales desplegadas en Mont-Pelèrin. Al principio –como lo reconstruye Plehwe- estuvieron relativamente subordinados a otras prioridades relacionadas con la coyuntura política, especialmente internacional, del momento. Precisamente, el tópico del Desarrollo se convierte en una clave discursiva con la evolución de la Guerra Fría. Dentro de esta articulación, el papel que jugaría el comercio internacional, uno de las tres grandes preocupaciones dentro de la Sociedad Mont-Pérelin (los otros dos eran el carácter del Estado y la influencia del socialismo) fue discutido amplia y sistemáticamente en varias conferencias neoliberales con la particularidad que era tratado en relación con “los países en subdesarrollo”. Seguramente una de las más famosas conferencias, la realizada en Beauvallon (Francia) a principios de la década de los 1950s y en donde existió un panel titulado: “Liberalismo y los países subdesarrollados” tuvo entre sus objetivos –como en las de todas estas aventuras intelectuales- provocar un marco ideológico y, luego, acciones prácticas para resolver el acertijo del subdesarrollo bajo una visión neoliberal, desde luego distante -técnica y, sobre todo, políticamente– de las posturas keynesianas, estructuralistas y socialistas. Finalmente, el neoliberalismo convino en que: “(…) el principal camino hacia el progreso económico para los países subdesarrollados – decía Benham en 1951 – está en incrementar su producto por trabajador en la agricultura y especializarse en producir para exportar esos bienes y servicios en los cuales ellos tengan ventajas comparativas…” (citado por Plehwe 2009, p. 247).
La respuesta neoliberal proponía que el “desarrollo” debía basarse en la especialización de la producción tradicional agrícola dirigida “hacia afuera” (exportación) y, por lo tanto, orientada hacia el mercado (libre comercio internacional); por supuesto, una visión que riñe en casi todos los aspectos con la política de industrialización por sustitución de importaciones y el desarrollo nacional hacia adentro en boga en el capitalismo de esos años y completamente antípoda si se lo compara con los detalles económico políticos presentes en los regímenes socialistas.
¿Qué implicaciones conllevaría lo anterior en términos del componente colonial que se le inculca al neoliberalismo? Primero que la estrategia de desarrollo sugiere “la concentración recomendada en el sector primario (especialización de las exportaciones en áreas competitivas de esto)… [la cual] no podría desafiar la prevaleciente división global del trabajo estando así en línea con los intereses (conservadores) de los países desarrollados aún con el control de los territorios coloniales (asegurando un mejor y continuado acceso a los insumos primarios y evitando potencialmente nueva competencia para sus propias exportaciones industriales a las regiones)” (Plehwe 2009, pp. 247-248). Pero, en segundo término -propone una vez más Plehwe– este tipo de argumentaciones estaban plenamente arraigadas en los “estereotipos típicos de la antropología victoriana prevalecientes en el discurso comparativo del evolucionismo del siglo XIX”, es decir, en discursos coloniales de la época colonialista (en este caso británica) que marcan un tipo continuidad que se materializa a través de una especie de aggiornamento espacio-temporal de tal cosmovisión.
Ahora bien, realidades de este tipo no sólo se identifican al nivel político ideológico estratégico y paradigmático. Como también ha mostrado Plehwe para casos de estudio puntuales, políticas concretas que en el pasado reportaron algún tipo de productividad emanada de la funcionalidad política que representa la relación colonial para el capitalismo, han sido (b) tácticamente “trasladadas” y “transferidas” hacia otros contextos. El caso contemporáneo de Argentina durante la década de los 1990s con la instalación de políticas económicas neoliberales, específicamente el régimen de la Convertibilidad – de impronta colonialista – , ilustra este punto (Plehwe 2011). A través de lo anterior, el neoliberalismo ha logrado consolidar gran parte de la dependencia y subordinación neo-coloniales en la reproducción y acumulación asimétricas necesarias para su proyecto entre Centro(s) y Periferia(s), o – como más recientemente se ha venido convocando – entre el Norte y el Sur Globales (geografías espacio-temporales epistémicas y concretas del Capital).
En esta perspectiva in vitro, las tesis sobre colonialismo externo (más cercano al imperialismo y nuevo imperialismo) e interno son plenamente actuales y válidas y además refuerzan – en ambos niveles – las lógicas y las contradicciones exacerbadas del capitalismo en términos de dominación, explotación, opresión y alienación de la fase actual.
De otra parte y derivado de las consideraciones anteriores, el colonialismo neoliberal se expresa radicalmente in vivo en lo que podríamos denominar una (hipotética) tercera edición de la servidumbre.
Más allá de algunas alusiones coloquiales sobre la existencia de un régimen de generalizada esclavitud en las periferias capitalistas contemporáneas (aunque sus principales rasgos, en virtud del avance global del neoliberalismo, se mostrarían paulatinamente estructurales, incluso en las zonas centrales) debe notarse que las nuevas formaciones sociales dentro del neoliberalismo, en especial, los niveles – hoy extralimitados – en la explotación económica tanto de la fuerza de trabajo absorbida y excluida o latente (la denominada precarización, en la cual las maquilas son un buen ejemplo, y el aumento inusitado en los ejércitos de reserva de mano de obra: inactivos, desempleados, etc.) como también en la explotación ilimitada de la naturaleza (extractivismos en sus diferentes versiones) y las condiciones socioeconómicas y socioambientales en general, mayormente vinculadas con la ampliación de espacios periféricos y el recrudecimiento de sus lógicas contradictorias, podrían sugerir importantes paralelos con una (posible) tercera nueva fase de lo que Engels y Marx describieron como la (segunda) reedición de la servidumbre (Engels 1882; Skazkin et alt. 1980) [3]. En su versión original, Engels se refería a una suerte de “retraso” dentro del desarrollo del capitalismo naciente a través del fortalecimiento del feudalismo (o “retorno” a sus formas tradicionales) en Europa central y oriental. A pesar de la especificidad del “desarrollo” en estas zonas, las dinámicas estaban funcionalmente articuladas con la acumulación capitalista. Bajo nuestra interpretación, la reedición de la servidumbre de la que habla Engels supone la conformación ab origine de las periferias, a la vez contrapuestas y complementarias a las zonas occidentales centrales del capitalismo.
Hoy las configuraciones neoliberales (precarización, desindustrialización, empobrecimiento, etc.) configurarían un cuadro análogo, con todo lo que ello implica, ya no en sentido original sino “renovado” que implica (y se explica) fundamentalmente por el reforzamiento de la condición de sujeción, subordinación y dependencia neocoloniales de las periferias ampliadas, especialmente en su sentido socioeconómico, dentro de la economía-mundo. Con base en ello, sería plausible proponer hacia el futuro una reedición de la servidumbre (en sentido relativo y, en ciertos casos, pleno) en una tercera versión como tesis de trabajo y en tanto signo característico del sistema socioeconómico, esta vez estacionario, – en palabras de Günder Frank – del “desarrollo del subdesarrollo” (condición colonialista) profundizada en la hegemonía (y trance) neoliberal.