Mas ele desconhecia
Esse fato extraordinário:
Que o operário faz a coisa
E a coisa faz o operário.
De forma que, certo dia
À mesa, ao cortar o pão
O operário foi tomado
De uma súbita emoção
Ao constatar assombrado
Que tudo naquela mesa
– Garrafa, prato, facão –
Era ele quem os fazia
Ele, um humilde operário,
Um operário em construção.
Vinicius de Moraes, O operário em construção

Joao se levantó a las cuatro y treinta y dos de la mañana. Comenzaba su labor: terminar de pintar la fachada del edificio que estaba justo al frente de la casa donde vivía Josué quien desayunaba, casi compensando, mirándolo por la ventana. Joao pensaba en sus hijas mientras pintaba. Mientras tanto, Josué pensaba: ¡apenas cambió la fachada y falta mucho por pintar! Aunque Joao estaba sangrando el tiempo, Josué reflexionaba a destiempo. Iban mil horas de pintura y aún faltaban recuadros por retocar. Mucho sudor, lágrimas que brotaban por la piel, pero, por el contrario, Joao sabía de la felicidad de un trabajo que iba a medio andar. Bailando, el andamio tambaleando, para Joao, una tarea colosal. Jornada del diario, diario de la jornada ya casi consumida, odisea sin cesar. Almorzando Josué -Joao sin todavía manjar- viró nuevamente su cabeza para observar. Para él, desde la lejanía del laburar, un simple detalle. Para Joao, un día más en lo laboral que lo alejaba de caer en cualquier momento al vacío. “¡Éxito mi amigo!”, él mismo repetía mentalmente. «¡Gran ganancia estar vivo y volver a casa con el pan de la frente y sin alguna calamidad!”. No se imagina Josué a Joao ni Joao a Josué. No lo saben, pero ambos están cercanos, insolados de inconciencia. Hay que entender, al menos interpretar, que la fachada del edificio sólo se pinta desde el andamio, aunque se disminuye desde el ventanal. Miradas en singular. Pero solo uno es quien mete la mano en el plomo, la cola, el secante, el aglutinante y es quien la esparce para adornar. Por eso, te lo decimos, Josué: ya no es posible ver y después no mirar.